Homilía: Febrero 13, 2022, VI Domingo Ordinario

 En la primera lectura escuchamos: “Así dice el Señor: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón.”

Y luego continua con: “Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza.”

Está muy claro, ¿no? Que los que se apartan de Dios serán malditos y los que confían en Dios serán bendecidos.

La lectura del evangelio de hoy se conoce como las bienaventuranzas, en las que nuestro Señor explicó las maldiciones y las bendiciones. A veces parece difícil aceptar lo que Jesús está enseñando aquí. A mi tambien me cuesta. Tratemos de entenderlo juntos.

Se nos ha dicho que venimos de Dios, y después de esta vida, volveremos a Dios. Durante mucho tiempo, cuestioné la razón. ¿Por qué crearme para arrojarme a esta vida difícil solo para traerme de nuevo a Él? ¿Por qué no mantenerme con Él desde el principio y ahorrarme la molestia de pasar por esta vida?

Esta vida terrenal no es fácil. La describiría como peligrosa. Está llena de tentaciones malas y distracciones pecaminosas. Si no tenemos cuidado, seremos malditos por la eternidad. Está llena de dificultades, dolores y sufrimientos. Si tomamos las decisiones equivocadas, la vida se vuelve más difícil y sufrimos más. Estoy seguro de que todos ustedes entienden esto porque su vida puede no ser nada fácil.

Muchos de ustedes tomaron la difícil decisión de venir a este país, dejando atrás su hogar, familia, amigos. La vida no era fácil en ese entonces, pero llegaron con la esperanza de que las cosas mejorarían aquí.

Sí, vivimos de esta esperanza y creemos que aquí hay más oportunidades para mejorar la vida. Pero todavía tienen preocupaciones, ansiedades y luchas. Igual que yo.

En el evangelio de hoy, Jesús les dice a sus discípulos que los que tienen hambre, los pobres, los que lloran, los que son insultados por Su causa, son dichosos.

Para nuestra lógica humana normal, no podemos entender esto. Trabajamos duro en la vida para no ser pobres, para no tener hambre, para no llorar, para no ser insultados. Entonces, ¿por qué permitirnos pasar por todo esto?

Jesús no miente, así que creo que lo que dice es verdad. Entonces, ¿qué quiere decir? Muy simple, no estamos creados para este mundo. Estamos de paso. Y este pasaje es muy importante.

Me encanta la jardinería y aprendí mucho sobre la vida comparándola con la experiencia de plantar. Dios creó semillas que contienen todo lo necesario para que se genere la vida y cumpla su propósito. Pero debe dejar a Dios, su dueño, y ser plantada en la tierra. Entonces brotará de sí misma y la vida contenida en ella crecerá y se desarrollará en un gran árbol que producirá más frutos o florecerá en hermosas flores y logrará su propósito completo de existencia.

La comodidad y seguridad de estar con su dueño nunca hará que la semilla cumpla su propósito, quedará como una semilla.

Lo mismo para nosotros. Somos como las semillas, somos plantadas en la tierra y estámos creciendo. Creceremos bien si mantenemos nuestro enfoque en Dios, como las plantas que siempre se vuelven hacia el sol. Durante este tiempo en la tierra, experimentaremos el sol abrasador y las fuertes lluvias, los desafíos de la vida. Solo tenemos que mantenernos fieles y permanecer en la tierra que Dios nos ha plantado, floreceremos y daremos fruto en Su tiempo.

En Mateo capítulo 6 Jesus nos asegura. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! 

Entonces, esta vida no está destinada a ser fácil, no está destinada a durar. Este mundo está hecho para una vida temporal. No debemos sentirnos atraídos por sus atractivos temporales de comodidad física y placeres materiales. Estos nos distraerán de Dios y si nos alejamos de Él, lo olvidaremos y seremos cortados. Así es como nos convertimos en malditos.

Pero nuestro Dios no se olvida de nosotros, seguirá llamándonos y recordándonos que nos mantengamos en el buen camino en nuestro viaje de regreso a Él, que permanezcamos simples y puros, que florezcamos y demos los frutos que estamos destinados a producir. Frutos de amor, fe, confianza y bondad. Cuando nuestra vida produzca estos frutos, habremos cumplido nuestro propósito, nos habremos convertido en imagen y semejanza de Dios, el propósito mismo de nuestra existencia.

Así que mis queridos amigos, cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos, hambrientos, pobres, llorando o insultados, nunca perdamos de vista a nuestro Dios, porque nosotros somos los dichosos. 

Amén.

 


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