Homilía: 23 de Octubre 2022, XXX Domingo ordinario (ES)

 En la primera lectura escuchamos: “El Señor es un juez

que no se deja impresionar por apariencias.

No menosprecia a nadie por ser pobre”.

Siempre pensé que Dios tiene un amor especial por aquellos que son pobres, débiles y vulnerables. Sin embargo, de las lecturas de hoy está claro que todas las personas son iguales, nadie es favorecido, Dios nos ama a todos por igual. Rico o pobre, fuerte o débil, pecador o santo. Cuando nos presentamos ante Dios, todos somos iguales para Él, apreciados y amados.

Igual de amados y valorados. Toda persona humana está creada a imagen y semejanza de Dios, esta es la divinidad que todos compartimos, nuestra identidad, nuestra dignidad.

Todos los años, por este tiempo, cuando cambian las estaciones, a menudo noto que los animales también están ocupados preparándose para el invierno. En mi jardín vive una ardilla de tierra que está más ocupada en este tiempo del año. La veo corriendo para arreglar su nido para la hibernación y almacenar comida para el invierno. Lo hace cavando túneles en el suelo.

El año pasado estaba muy enojado porque esta hermana ardilla cavó en mi maceta y destruyó mis plantas antes de que pudiera cosechar los frutos. Estaba tan enojado que quería inundar sus túneles rociando agua en su agujero. Pero sabía que no funcionaría, porque la ardilla de tierra había cavado muchos agujeros. Si riego por un agujero, saldrá de otro agujero.

No se preocupen, no soy cruel con los animales, solo estoy asombrado de cómo esta inteligente criatura sabe hacer para protegerse. Este año aprendí la lección, así que me preparé mejor, antes que la ardilla. Somos así capaces de vivir en armonía, compartiendo la misma tierra, dando gloria al mismo Creador de diferentes maneras.

Un animal creado por debajo de nosotros los humanos, tiene el poderoso instinto de proteger su vida y defenderse. Hace lo que hace porque Dios lo creó para ser así.

¿Qué hay de nosotros los humanos? ¿Estamos a la altura de la dignidad que Dios nos ha dado al crearnos? ¿Protegemos y defendemos la vida que nos ha dado? ¿Somos vivificadores como nuestro Creador o nos hemos convertido en asesinos, opresores, eligiendo la muerte de otros por nuestras propias razones egoístas, como hace el diablo?

La Iglesia en EE. UU. celebra el Mes de Respeto de la Vida en octubre. Todos los católicos estamos llamados a apreciar, defender y proteger el valor y la dignidad de cada vida humana, especialmente de los más vulnerables, en cada etapa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, desde el útero hasta la tumba. Ninguna vida humana es más o menos valiosa que otra, no a los ojos de nuestro Dios.

Durante este mes de octubre, nuestra diocesis ofrece cada lunes Hora Santa por esta especial intención, el respeto a la vida.

¿Cómo podemos respetar la vida en nuestra vida diaria? ¿Cómo podemos asegurarnos de elegir siempre la vida, promover el amor y defender la dignidad de cada persona?

En el evangelio, el fariseo se comparaba con el publicano. Usemos a este fariseo para aprender.

El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera..

El fariseo estaba de pie, dentro del templo, dándole cercanía a Dios pero no oraba a Dios, oraba a sí mismo. Pronunció la oración para sí mismo. Sus palabras estaban llenas de sí mismo, no dirigidas a Dios.

Luego oró más: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres…”.

Se vio a sí mismo separado y superior al resto del mundo. Dio gracias a Dios sin reconocer lo que Dios le había dado, pero se estaba alabando a sí mismo, no a Dios.

Luego enumeró los pecados de los demás, “…ladrones, injustos y adúlteros…Reconoció los errores de los demás, sin ver en sí mismo el peor pecado de todos, el orgullo.

En su orgullo, se colocó por encima de Dios y menospreció la dignidad de los demás. ¿No es esto lo que vemos en el mundo? El orgullo de las personas en el liderazgo, en la autoridad, en el poder, ignorando la existencia de Dios, amenazando los derechos básicos de vida de los demás, especialmente de los más vulnerables, impotentes, indefensos o sin voz.

Como católicos, profesamos nuestra creencia en un Dios que creó toda la vida, naturalmente somos pro-vida. Aprendamos de la oracion del publicano.

Primero, honrar a Dios y no a nosotros mismos. Segundo, respetar la vida que Él creó, viendo Su imagen y semejanza en todos. Tercero, reconocer nuestra propia miseria, necesitados de la misericordia y la gracia de Dios, como todos los demás.

Cuando miremos a Jesús en la cruz, que nos demos cuenta de que cada vez que nos oponemos a la vida, crucificamos a Dios. Amén.


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